Todas
las tardes, desde los albores de las primaveras, tantito después de
ocultarse el sol; ellos encendían las luciérnagas para que titilen
en los parques, los patios y las azoteas.
Miles
y miles de estas lucecitas volantes adornaban la oscuridad, vestían
a la noche de fulgores inquietos y perfumaban a los amantes que a
cielo abierto amaban.
Apenas
antes de que el primer destello del alba acariciara la hierba, ellos
debían apagarlas todas, para que éstas puedan dormir tranquilas y
tranquilo el mundo pueda despertar.
"El árbol detrás del árbol"
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